Ya todos hemos oído hablar de resiliencia como la capacidad de reponerse ante experiencias adversas o situaciones de crisis, otorgando a la persona la capacidad de salir fortalecida.
En la vida, personas o situaciones adversas podrán dañarnos. La manera en la que cada uno abordará el problema dependerá de diversos elementos. Un apego seguro en la infancia a través de la familia es el factor de protección más importante, y permitirá al individuo capear con mayor éxito, las adversidades presentes y futuras.
Ante el problema, la persona evalúa si tiene apoyos afectivos en su entorno, si es capaz de dar sentido a lo que le está sucediendo, así como, cuál es el concepto de autoeficacia que posee de sí misma o las competencias y habilidades de afrontamiento de que dispone. Sin duda alguna, el estilo atribucional y el locus de control interno son elementos fundamentales para el reconocimiento de autoeficacia y una mejor superación de las adversidades.
Podría ser que la experiencia traumática pase desapercibida en el entorno, que la angustia interior con la que esté viviendo tal evento adverso la alumna o el alumno, no se manifieste a través de una conducta desadaptativa; no obstante, un observador atento y empático, verá algún residuo en su comportamiento académico o social que le permitirá vislumbrar la crisis interior que está sufriendo.
Ajuste emocional en la adolescencia
La mayoría de adolescentes -esa masa dinámica que compone la riqueza humana del aula- manifiesta un buen ajuste emocional y una adecuada adaptación entre sus pares. Frente a esta normalidad, encontramos también que chicas y chicos, se enfrentan a decisiones y experiencias vitales en su desarrollo, que fortalecerán o debilitarán el concepto de sí mismos pudiendo desencadenar una baja autoestima y condicionar su desarrollo personal, social, académico e incluso su futuro.
En este momento evolutivo se pueden presentar circunstancias adversas tales como: problemas de aceptación o reconocimiento dentro del grupo; el estrés por conseguir la meta académica; elegir materias que ayuden en el acceso de no sabe qué carrera; enamorarse y ser correspondido o no; que le deje su pareja, la forma en que le deja y sus repercusiones en el grupo; problemas familiares, como el divorcio de los progenitores o sus muchas discusiones, o simplemente, llevarse mal con ellos; la muerte o la enfermedad de un ser querido; posibles abusos, acoso, y tantos otros eventos que pueden deprimir el desarrollo adecuado del alumno.
Muchas de esas experiencias son el sustrato sobre el que se mueven algunas y algunos estudiantes. Si, como decíamos, no han crecido con un apego demasiado seguro, nos encontraremos ante alguien que nos necesita. Tal vez ni siquiera sabe que nosotros -esa minoría humana adulta habitante del aula- podemos ser referentes o modelos de apoyo que le ayuden a entrenarse en el maravilloso proceso de la resiliencia.
La misión del docente
Un modelo educativo ideal no solo se centra en los retos académicos; en la escuela se crece holísticamente a través de valores sociales, físicos, mentales y espirituales.
La misión del docente es evitar el fracaso escolar; sí, de hecho, la educación es un factor de protección para el cerebro, pero también lo es que las y los estudiantes permanezcan integrados en un grupo donde se sientan útiles y apreciados. El trabajo en equipo supone un gran apoyo social y el desarrollo de la inteligencia colectiva. Pero más allá de esto, debemos priorizar una actitud de empatía y ayuda estimulando el espíritu de servicio y cooperación.
El altruismo va a fomentar una mirada fuera de sí mismo que centrará mente y corazón en otras personas que también sufren dificultades. El espíritu de ayuda protege ante las crisis, ya que inspira sentimiento de valía y llena el corazón.
La cultura de la escuela va a influir profundamente en su alumnado. La huella perenne de una educación cristiana, el espíritu de servicio y el desarrollo del carácter que trasciende del modelo supremo -Jesús-, la preparación intelectual y un entorno social favorable suponen factores de protección en el desarrollo de chicas y chicos ante las adversidades. Por lo tanto, no desaprovechemos la oportunidad de ayudarles a ser juncos bajo la fuerza del viento.
Autora: Toña Arronis, psicóloga